lunes, 5 de marzo de 2007

Manifiesto Surrealista

Manifiesto por un arte revolucionario independiente

André Breton, Leon Trotzky y Diego Rivera

Puede afirmarse sin exageración, que nunca como hoy nuestra civilización ha estado
amenazada por tantos peligros. Los vándalos, usando sus medios bárbaros, es decir,
extremadamente precarios, destruyeron la antigua civilización en un sector de Europa. En la
actualidad, toda la civilización mundial, en la unidad de su destino histórico, es la que se
tambalea bajo la amenaza de fuerzas reaccionarias armadas con toda la técnica moderna. No
aludimos tan sólo a la guerra que se avecina. Ya hoy, en tiempos de paz, la situación de la
ciencia y el arte se ha vuelto intolerable.
En aquello que de individual conserva en su génesis, en las cualidades subjetivas que pone en
acción para revelar un hecho que signifique un enriquecimiento objetivo, un descubrimiento
filosófico, sociológico, científico o artístico, aparece como un fruto de un azar precioso, es decir,
como una manifestación más o menos espontánea de la necesidad. No hay que pasar por alto
semejante aporte, ya sea desde el punto de vista del conocimiento general (que tiende a que
se amplíe la interpretación del mundo), o bien desde el punto de vista revolucionario (que exige
para llegar a la transformación del mundo tener una idea exacta de las leyes que rigen su
movimiento). En particular, no es posible desentenderse de las condiciones mentales en que
este enriquecimiento se manifiesta, no es posible cesar la vigilancia para que el respeto de las
leyes específicas que rigen la creación intelectual sea garantizado.
No obstante, el mundo actual nos ha obligado a constatar la violación cada vez más
generalizada de estas leyes, violación a la que corresponde, necesariamente, un envilecimiento
cada vez más notorio, no sólo de la obra de arte, sino también de la personalidad “artística”. El
fascismo hitleriano, después de haber eliminado en Alemania a todos los artistas en quienes se
expresaba en alguna medida el amor de la libertad, aunque esta fuese sólo una libertad formal,
obligó a cuantos aún podían sostener la pluma o el pincel a convertirse en lacayos del régimen
y a celebrarlo según órdenes y dentro de los límites exteriores del peor convencionalismo.
Dejando de lado la publicidad, lo mismo ha ocurrido en la URSS durante el periodo de furiosa
reacción que hoy llega a su apogeo.
Ni que decir tiene que no nos solidarizamos ni un instante, cualquiera que sea su éxito actual,
con la consigna: “Ni fascismo ni comunismo” consigna que corresponde a la naturaleza del
filisteo conservador y asustado que se aferra a los vestigios del pasado “democrático”. El
verdadero arte, es decir aquel que no se satisface con las variaciones sobre modelos
establecidos, sino que se esfuerza por expresar las necesidades íntimas del hombre y de la
humanidad actuales, no puede dejar de ser revolucionario, es decir, no puede sino aspirar a
una reconstrucción completa y radical de la sociedad, aunque sólo sea para liberar la creación
intelectual de las cadenas que la atan y permitir a la humanidad entera elevarse a las alturas
que sólo genios solitarios habían alcanzado en el pasado. Al mismo tiempo, reconocemos que
únicamente una revolución social puede abrir el camino a una nueva cultura. Pues si
rechazamos toda la solidaridad con la casta actualmente dirigente en la URSS es,
precisamente, porque a nuestro juicio no representa el comunismo, sino su más pérfido y
peligroso enemigo.
Bajo la influencia del régimen totalitario de la URSS, y a través de los organismos llamados
organismos “culturales” que dominan en otros países, se ha difundido en el mundo entero un
profundo crepúsculo hostil a la eclosión de cualquier especie de valor espiritual. Crepúsculo de
fango y sangre en el que, disfrazados de artistas e intelectuales, participan hombres que
hicieron del servilismo su móvil, del abandono de sus principios un juego perverso, del falso
testimonio venal un hábito y de la apología del crimen un placer. El arte oficial de la época
estalinista refleja, con crudeza sin ejemplo en la historia, sus esfuerzos irrisorios por disimular y
enmascarar su verdadera función mercenaria.
La sorda reprobación que suscita en el mundo artístico esta negación desvergonzada de los
principios a que el arte ha obedecido siempre y que incluso los Estados fundados en la
esclavitud no se atrevieron a negar de modo tan absoluto, debe dar lugar a una condenación
implacable. La oposición artística constituye hoy una de las fuerzas que pueden contribuir de
manera útil al desprestigio y a la ruina de los regímenes bajo los cuales se hunde, al mismo
tiempo que el derecho de la clase explotada a aspirar a un mundo mejor, todo sentimiento de
grandeza e incluso de dignidad humana.
La revolución comunista no teme al arte. Sabe que al final de la investigación a que puede ser
sometida la formación de la vocación artística en la sociedad capitalista que se derrumba, la
determinación de tal vocación sólo puede aparecer como resultado de una connivencia entre el
hombre y cierto número de formas sociales que le son adversas. Esta coyuntura, en el grado
de conciencia que de ella pueda adquirir, hace del artista su aliado predispuesto. El mecanismo
de sublimación que actúa en tal caso, y que el sicoanálisis ha puesto de manifiesto, tiene como
objeto restablecer el equilibrio roto entre el “yo” coherente y sus elementos reprimidos. Este
restablecimiento se efectúa en provecho del “ideal de sí”, que alza contra la realidad,
insoportable, las potencias del mundo interior, del sí, comunes a todos los hombres y
permanentemente en proceso de expansión en el devenir. La necesidad de expansión del
espíritu no tiene más que seguir su curso natural para ser llevada a fundirse y fortalecer en esta
necesidad primordial: la exigencia de emancipación del hombre.
En consecuencia, el arte no puede someterse sin decaer a ninguna directiva externa y llenar
dócilmente los marcos que algunos creen poder imponerle con fines pragmáticos extremadamente
cortos. Vale más confiar en el don de prefiguración que constituye el patrimonio de todo
artista auténtico, que implica un comienzo de superación (virtual) de las más graves
contradicciones de su época y orienta el pensamiento de sus contemporáneos hacia la
urgencia de la instauración de un orden nuevo.
La idea que del escritor tenía el joven Marx exige en nuestros días ser reafirmada
vigorosamente. Está claro que esta idea debe ser extendida, en el plano artístico y científico, a
las diversas categorías de artistas e investigadores. “El escritor – decía Marx – debe
naturalmente ganar dinero para poder vivir y escribir, pero en ningún caso debe vivir para ganar
dinero... El escritor no considera en manera alguna sus trabajos como un medio. Son fines en
sí; son tan escasamente medios en sí para él y para los demás, que en caso necesario
sacrifica su propia existencia a la existencia de aquéllos... La primera condición de la libertad
de la prensa estriba en que no es un oficio.” Nunca será más oportuno blandir esta declaración
contra quienes pretenden someter la actividad intelectual a fines exteriores a ella misma y,
despreciando todas las determinaciones históricas que le son propias, regir, en función de
presuntas razones de Estado, los temas del arte. La libre elección de esos temas y la ausencia
absoluta de restricción en lo que respecta a su campo de exploración, constituyen para el
artista un bien que tiene derecho a reivindicar como inalienable. En materia de creación
artística, importa esencialmente que la imaginación escape a toda coacción, que no permita
con ningún pretexto que se le impongan sendas. A quienes nos inciten a consentir, ya sea para
hoy, ya sea para mañana, que el arte se someta a una disciplina que consideramos
incompatible radicalmente con sus medios, les oponemos una negativa sin apelación y nuestra
voluntad deliberada de mantener la fórmula: toda libertad en el arte.
Reconocemos, naturalmente, al Estado revolucionario el derecho de defenderse de la reacción
burguesa, incluso cuando se cubre con el manto de la ciencia o del arte. Pero entre esas
medidas impuestas y transitorias de autodefensa revolucionaria y la pretensión de ejercer una
dirección sobre la creación intelectual de la sociedad, media un abismo. Si para desarrollar las
fuerzas productivas materiales, la revolución tiene que erigir un régimen socialista de plan
centralizado, en lo que respecta a la creación intelectual debe desde el mismo comienzo
establecer y garantizar un régimen anarquista de libertad individual. ¡Ninguna autoridad,
ninguna coacción, ni el menor rastro de mando! Las diversas asociaciones de hombres de
ciencia y los grupos colectivos de artistas se dedicarán a resolver tareas que nunca habrán
sido tan grandiosas, pueden surgir y desplegar un trabajo fecundo fundado únicamente en una
libre amistad creadora, sin la menor coacción exterior.
De cuanto se ha dicho, se deduce claramente que al defender la libertad de la creación, no
pretendemos en manera alguna justificar la indiferencia política y que está lejos de nuestro
ánimo querer resucitar un pretendido arte “puro” que ordinariamente está al servicio de los más
impuros fines de la reacción. No; tenemos una idea muy elevada de la función del arte para
rehusarle una influencia sobre el destino de la sociedad. Consideramos que la suprema tarea
del arte en nuestra época es participar consciente y activamente en la preparación de la
revolución. Sin embargo, el artista sólo puede servir a la lucha emancipadora cuando está
penetrado de su contenido social e individual, cuando ha asimilado el sentido y el drama en sus
nervios, cuando busca encarnar artísticamente su mundo interior.
En el periodo actual, caracterizado por la agonía del capitalismo, tanto democrático como
fascista, el artista, aunque no tenga necesidad de dar a su disidencia social una forma
manifiesta, se ve amenazado con la privación del derecho de vivirla y continuar su obra, a
causa del acceso imposible de ésta a los medios de difusión. Es natural, entonces, que se
vuelva hacia las organizaciones estalinistas, que le ofrecen la posibilidad de escapar a su
aislamiento. Pero su renuncia a cuanto puede constituir su propio mensaje y las complacencias
terriblemente degradantes que esas organizaciones exigen de él, a cambio de ciertas ventajas
materiales, le prohíben permanecer en ellas, por poco que la desmoralización se manifieste
impotente para destruir su carácter. Es necesario, a partir de este instante, que comprenda que
su lugar está en otra parte, no entre quienes traicionan la causa de la revolución al mismo
tiempo, necesaria-mente, que la causa del hombre, sino entre quienes demuestran su fidelidad
inquebrantable a los principios de esa revolución, entre quienes, por ese hecho, siguen siendo
los únicos capaces de ayudarla a consumarse y garantizar por ella la libre expresión de todas
las formas del genio humano.
La finalidad de este manifiesto es hallar un terreno en el que reunirá los mantenedores
revolucionarios del arte, para servir la revolución con los métodos del arte y defender la libertad
del arte contra los usurpadores de la revolución. Estamos profundamente convencidos de que
el encuentro en ese terreno es posible para los representantes de tendencias estéticas,
filosóficas y políticas, aun un tanto divergentes. Los marxistas pueden marchar ahí de la mano
con los anarquistas, a condición de que unos y otros rompan implacablemente con el espíritu
policiaco reaccionario, esté representado por José Stalin o por su vasallo García Oliver(1).
Miles y miles de artistas y pensadores aislados, cuyas voces son ahogadas por el odioso
tumulto de los falsificadores regimentados, están actualmente dispersos por el mundo.
Numerosas revistas locales intentan agrupar en torno suyo a fuerzas jóvenes, que buscan
nuevos caminos y no subsidios. Toda tendencia progresiva en arte es acusada por el fascismo
de degeneración. Toda creación libre es declarada fascista por los estalinistas. El arte
revolucionario independiente debe unirse para luchar contra las persecuciones reaccionarias y
proclamar altamente su derecho a la existencia. Un agrupamiento de estas características es el
fin de la Federación internacional del Arte Revolucionario independiente (FIARI), cuya creación
juzgamos necesaria.
No tenemos intención alguna de imponer todas las ideas contenidas en este llamamiento, que
consideramos un primer paso en el nuevo camino. A todos los representantes del arte, a todos
sus amigos y defensores que no pueden dejar de comprender la necesidad del presente
llamamiento, les pedimos que alcen la voz inmediatamente. Dirigimos el mismo llama-miento a
todas las publicaciones independientes de izquierda que estén dispuestas a tomar parte en la
creación de la Federación internacional y en el examen de las tareas y de los métodos de
acción. Cuando se haya establecido el primer contacto internacional por la prensa y la
correspondencia, procederemos a la organización de modestos congresos locales y
nacionales. En la etapa siguiente deberá reunirse un congreso mundial que consagrará
oficialmente la fundación de la Federación internacional.
He aquí lo que queremos:
La independencia del arte – por la revolución;
La revolución – por la liberación definitiva del arte.

André Breton, Diego Rivera (2)
México, 25 de julio de 1938

Notas
(1) García Oliver, anarquista español, perteneció al grupo de acción española, contribuyó a
organizar las milicias obreras catalanas y de Durruti y militó en la CNT y en la FAI. Durante la
guerra civil adoptó la política del Frente Popular, aceptando el Ministerio de Justicia en el
gabinete de Largo Caballero.
(2) Aunque publicado con estas dos firmas, el manifiesto fue redactado de hecho por León
Trotski y André Breton. Por razones tácticas, Trotski pidió que la firma de Diego Rivera
sustituyese a la suya.

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